
El hombre acaba dependiendo de las sensaciones que el ambiente despierta en él, y buscando la felicidad en sensaciones fugaces, falsas, que –precisamente por ser pasajeras– nunca satisfacen. El destemplado no puede encontrar la paz, va dando bandazos de una parte a otra, y acaba por empeñarse en una búsqueda sin fin, que se convierte en una auténtica fuga de sí mismo. Es un eterno insatisfecho, que vive como si no pudiera conformarse con su situación, como si fuera necesario buscar siempre una nueva sensación.
Cuando uno se comporta con sobriedad, descubre que la templanza es un bien, y que no se trata de cargar absurdamente a los hijos con un fardo insoportable, sino de prepararles para la vida. La sobriedad no es simplemente un modelo de conducta que uno “elige” sino que es una virtud necesaria para poner un poco de orden en el caos que se ha introducido en la naturaleza humana.
La sencillez nos permite detenernos a degustar las pequeñas cosas, agradecer las posibilidades que la vida nos ofrece sin apegarnos a lo que tenemos o entristecernos con lo que no tenemos.
A por ello!!! Los retos son el atractivo de la vida.