El no ajustarse a lo que se espera de nosotros, o a lo que nosotros esperamos de nosotros mismos, puede generar emociones como frustración, irritabilidad, enfado e incluso indefensión.
Conocer y amar a las personas puede implicar sufrir, sufrir por los demás. Y pensar que los niños, adolescentes y jóvenes no deben sufrir, los infantiliza para siempre y les quita la idea de autonomía, no les deja pensar sobre sí mismos. Además, con esta educación estamos creando ciudadanos dependientes de productos terapéuticos. Este es un discurso peligroso, una «religión» del ensimismado, yoyista, del cree en si mismo, en sus posibilidades y en su «fuerza». Y sino, frustración, hundimiento, infelicidad.
Pero somos criaturas, creadas, no dioses de nosotros mismos. Llamados a la eternidad donde seremos al fin plenamente felices porque el amor será pleno. Aquí por mucho amor….siempre es limitado.
La conciencia de eternidad nos abre a una dimensión nueva del hoy, del aquí. Hay futuro. Hay luz. Y no todo depende de mí, de mis fuerzas, de mi actitud, sino de la sencillez de pedir, de dejarse ayudar. Quién tiene esa dimensión espiritual es capaz de salir del yoyismo y ver que la felicidad en la tierra no se consigue a base de codos o con autoayuda y mindfulness. No. Es mucho más hondo.
La felicidad te está llamando desde la eternidad y serás más feliz si tienes conciencia de ello.
Con Dios o sin Dios la vida coge carices y colores diferentes.
No puedo obviar esa VERDAD.